Un vistazo a Cultura Vibrante

Teatro documental que indaga en la biografía de sus creadores, y en la vida de Quintín Arauz, pueblo chontal ubicado en los pantanos de Centla, Tabasco.


La pandemia nos ha obligado, como artistas, a adaptar nuestros procesos creativos y nuestra interacción con los espectadores y el público. El sector cultural ha resentido la ausencia de actividades presenciales, pero los artistas escénicos han sido de los más afectados en diversos sentidos. Sin embargo, su resiliencia y creatividad nos han brindado la oportunidad de disfrutar de propuestas escénicas en diferentes formatos digitales.


Cultura Vibrante nació de la necesidad de Itzel Riqué de profundizar en su historia y la historia de su estado, Tabasco. En un principio la intención era realizar un trabajo documental in situ, sin embargo esto no fue posible por causa de la pandemia de COVID-19, y las pertinentes medidas sanitarias que esto conlleva. Por lo tanto el equipo creativo se vio obligado a traducir el trabajo realizado para la escena, a la pantalla.


En la obra Itzel Riqué, productora y actriz, junto a Rubén Caballero, actor, indagan en su memoria familiar, en el pasado que les une a través de un puente simbólico a la comunidad chontal de Quintín Arauz, enclavada en el corazón húmedo de Tabasco. Entre los viajes de los abuelos, de los olores de la cocina de su infancia y por medio de la intervención audiovisual de Erik Soto, artista multimedia, se dejan entrever los problemas a los que se enfrenta este pueblo, aislado históricamente y con carencias de servicios públicos básicos, pero que mantiene viva la memoria de las culturas originarias en sus tradiciones, de las que se sostienen, en una carrera por mantener la identidad y participar en el proyecto político de una nación que crece en la desigualdad.


La dirección corre a cargo de David Hurtado de la compañía Marfil Teatro, que colabora en este proyecto. Por su parte, la adaptación a la pantalla resulta un reto que ha sabido sortear de manera ecuánime, con el equilibrio que es, a mi juicio el sello distintivo de sus montajes, y que arroja una serie de imágenes evocadoras, todas entretejidas entre las intervenciones de los actores y los medios proyectados por Erik.


Cultura Vibrante es eso, un continuo de frecuencias que construyen puentes entre distintos relatos. Un puente deseado por los habitantes de Quintín Arauz, pero también por Itzel y Rubén que buscan reencontrarse con sus raíces, retornar a la cocina familiar, al taller del abuelo. Una reflexión sobre el origen y su eco en el presente.


La atmósfera sonora le da, a esta puesta en pantalla, fuerza a nivel de concepto; todo gira en torno al sonido: el sonido de la voz, el sonido del agua, de la lengua chontal; al sonido que es vibración, el sonido de las esperanzas en forma de aplauso ante las promesas políticas, el sonido de reconocernos en las lenguas madre, el sonido de las noticias sensacionalistas. A fin de cuentas, como dijo alguna vez Nikola Tesla: “Si quieres entender el Universo piensa en energía, frecuencia y vibración” y es que esa atmósfera, siempre presente, como un canto ancestral, nos permite entrar en una especie de trance. Realismo mágico del siglo XXI.


Las imágenes de archivo, intercaladas entre las habitaciones y memorias de los actantes son crudas, imágenes de las tradiciones de Quintín Arauz, noticieros, mítines políticos, estudios sobre el funcionamiento de los puentes; algunas más afortunadas que otras, como toda imagen de archivo, pero que redondean este documento como Teatro, y el Teatro como documento.


La obra es concreta. Las escenas de Itzel y Rubén vibran amarillas, naranjas, como recuerdos capturados en polaroids añejadas por el sol, sobre fondos negros; sus voces tranquilas, dirigidas hábilmente por David Hurtado, permiten al espectador dejarse envolver y vibrar en sintonía con una de tantas comunidades marginadas de nuestro país que reclaman reconocimiento y dignidad.


Esta obra no descansa sobre una estética pasiva, no busca la belleza de un cuadro; sino el movimiento, la sintonía por un breve lapso de tiempo, por lo menos, un destello de empatía de los espectadores, y recordar que todos venimos de la tierra y que las cosas más sencillas nos unen a ella, como un plato de mole o una voz grabada en cinta magnética.


Este colectivo nos abre las puertas de su memoria en este work-in-progress que seguirá evolucionando, y que les invito amablemente a seguir en la programación de Teatro de La Rendija en: larendijasedevirtual.com

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